lunes, 14 de octubre de 2013

redactores y fotógrafos (robert capa I)

reportaje sobre robert capa en el magazine de el mundo de ayer. el próximo 22 de octubre se cumplirán 100 años del nacimiento en budapest del que posiblemente sea el mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos. pero también fue un gran narrador, un excelente contador de historias. no sin razón decían en la facultad que los mejores reportajes surgen cuando el redactor piensa como un fotógrafo y el fotógrafo como un redactor.

su libro de andanzas en la II guerra mundial, ligeramente desenfocado (ed. la fábrica, 2009), concebido con el propósito principal de servir de base a un guion cinematográfico que no acabó llegando nunca, es terriblemente entretenido. y richard whelan comenta en su biografía (ed. aldeasa, 2003) que antes de la guerra civil española capa había escrito tres capítulos de una novela y que en los años 50, antes de morir, veía su futuro como escritor más que como fotógrafo. es bastante conocido su retrato metido en la bañera leyendo una novela de george simenon, obra de myron davis.

en su libro, whelan abunda en muchas de esas anécdotas que, reales o inventadas, y propaladas por él mismo en esa lengua que sus amigos decían que no era inglés sino capanés ("habla siete idiomas, los siete mal", comentó de él ernest hemingway), contribuyeron a forjar la leyenda capa. mi favorita, no demasiado conocida ni demasiado espectacular, pero que revela poderosamente esa prodigiosa capacidad narrativa, es la de aquella tarde, en sus días berlineses, cuando aún era bandi, endre friedmann (no friedman como por error he escrito en el reportaje de magazine), en que dudó si gastar sus últimos marcos en pasar la tarde con una bella prostituta de la que andaba medio enamorado o en unos zapatos nuevos. 

la copio tal cual la recoge whelan:

"Eva Besnyö, horrorizada ante el ambiente reinante en Berlín, decidió pasar el verano en Hungría; por las mismas fechas, György Kepes cayó gravemente enfermo y volvió a su casa de Transilvania para recuperarse. Bandi se sentía cada vez más solo en una ciudad crecientemente hostil, y buscó consuelo en una prostituta a la que había visto por primera vez el día en que empezó a trabajar en Dephot. Tal como contó la historia más tarde (sin duda adornándola un poco), aquella mañana ventosa y gris iba corriendo al trabajo para no llegar tarde, cuando vio una bella mujer, con melena rubia hasta los hombros y un elegante y sencillo vestido gris, en la esquina de la entrada de la oficina de Dephot. Se parecía más a Greta Garbo que a una prostituta callejera. "De pronto -cuenta Capa- Berlín parecía un lugar agradable". Por desgracia, la mujer era lo que parecía. Sus servicios costaban cinco marcos, y ella enseguida se dio cuenta de que aquel muchacho, con su rebelde mata de pelo negro azabache, su manoseada chaqueta de cuero y sus raídos pantalones bombachos, ni siquiera tenía esa pequeña suma de dinero. Convertido en un pobre, Bandi había perdido rápidamente su aspecto de joven pulcro y bien vestido.

Impertérrito, siguió fantaseando con la mujer de la esquina. Aunque sabía perfectamente que era una prostituta, estaba convencido de poder hallar la felicidad en sus brazos. La convirtió en el símbolo de todos sus deseos. Y para tenerla -aunque sólo fuera unos minutos- sólo necesitaba cinco marcos. ¡Cinco marcos!

[...] Afortunadamente, un día recibió una carta certificada de sus dos tías de Nueva York. En su interior había, como un regalo del cielo, dos billetes de diez dólares que Bandi cambió inmediatamente por ochenta marcos. Se sintió, de repente, como un millonario.

[...] Tras haber tirado por la borda cincuenta y cinco marcos, Bandi decidió sacar el mayor partido posible de lo que le quedaba. Se gastaría quince marcos en mejorar su aspecto y cinco en amor, y guardaría los cinco restantes. Lo primero que hizo fue reemplazar sus raídos bombachos por unos pantalones de franela gris. Después fue a unos baños públicos y se puso una hora en remojo en agua caliente, hasta que por fin sintió que estaba limpio. A continuación visitó la barbería y se cortó el pelo. Sus compañeros del trabajo se quedaron tan impresionados al ver entrar en Dephot al nuevo Bandi horas más tarde, que no se atrevieron a enviarle a ningún recado ese día, y cuando pidió permiso para marcharse a las cinco y media, nadie puso ninguna pega.

Había pasado todo el día trabajando en el cuarto oscuro, imaginando las cosas románticas que le iba a decir a la chica de sus sueños, por fin a su alcance. ¿Lo reconocería ella? La ansiedad exacerbaba su nerviosismo. A las cinco y media, salió de la oficina, bajó corriendo las escaleras, atravesó el portal y se acercó a la esquina. Ella no estaba.

La chica llevaba seis meses rondando aquella esquina, con buen tiempo o con mal tiempo y a todas horas. Y ahora que había ido a buscarla, se había marchado. Sin acabar de creérselo, echó un vistazo a un reloj que había al otro lado de la calle. ¿Dónde podría estar? A lo mejor estaba en el café. Al volverse de nuevo, se fijó en el escaparate de una zapatería, donde un par de zapatos marrones de piel, muy elegantes y aparentemente confortables, captaron su atención. Miró sus viejas y agujereadas botas de montaña, miró los elegantes zapatos del escaparate, y se dijo a sí mismo: "Seguro que irían muy bien con mis nuevos pantalones".

A las seis de la tarde, justo antes de que cerrara la zapatería, Bandi echó una última ojeada a la calle para ver si su chica había vuelto y entró a comprarse los zapatos, que le costaron nueve marcos y medio. Le quedaban cincuenta pfennings en el bolsillo. Al salir de la tienda, echó de nuevo un vistazo al escaparate para reafirmarse en su elección. Y entonces vio el reflejo de la muchacha en el cristal. Había vuelto a su puesto de trabajo. Bandi se volvió hacia ella y ella le miró y sonrió. Se quedó mirándola un momento, y después echó a correr".